¡Fue una maldita trampa! Sí, grandiosa excusa. Pienso que el destino cambió la sede a última hora; no sólo de sede, ¡de mundo! No sólo de mundo y de sede, ¡cambió las reglas! Y yo que ganaba todo el tiempo con la dulce victoria de no ganar para que nadie pierda… ¡PERDEDOR!
Tras un viaje tortuoso y lleno de altibajos, que en sus subidas pareció llegar a parecer un turismo en una vacación de lo que no sabía que quería, pero adoraba ante toda la demás subjetividad, viví y me adecué sin terminar el viaje: sin llegar por fin a esa tal “realidad”. Me contaron una leyenda que me llenó de ganas de quedarme en ese lugar llamado “realidad” (en el que creía encontrarme, pero al que aun no había llegado… torpe). La leyenda contaba que un sitio y existencia en mi mundo había sido igual acá. Estuve dispuesto a repetir esa leyenda, o hacerla más que una realidad, sin embargo no dejé de preguntarme: ¿cómo hizo el destino para enrolarme en el viaje?

El destino se vestía de blanco, era el dueño de la confianza y la sabiduría, digo, en aquel mundo mío, aún incorrupto. Le dejé de ver desde que emprendí mi viaje, necesité de su consejo pero me intrigaba más una cosa: ¿cómo hizo para hacerme viajar? Sí, bueno, otra cosa que me intrigó fue por qué en todo el camino encontraba señales que decían “NO CERRAR LOS OJOS”. No les puse atención, sin embargo no los cerraba por propia costumbre.
...
La contienda de las no derrotas me estaba esperando, pero mi viaje no acababa. Temí porque la única manera de perder era no luchar (decían), entonces averigüé cómo tomar un atajo para llegar a tiempo. ¡Debía estar ahí! ¡No perdería! ¡El destino debía instruirme, pero…! ¿Cómo verlo? No era mi mundo, no eran mis reglas… ¿Qué debía hacer? ¡Por supuesto, ROMPER LAS REGLAS! Perfecto. Tomaría un momento en que todos en la realidad se distrajeran y rompería la única regla: NO CERRAR LOS OJOS.
En un punto alto y paradisíaco de mi camino hacia ese lugar desconocido decidí cerrar los ojos. De pronto sentí el aire, supe que estaba en una cima, pero… ¿por qué todo parecía seguir igual? Cuando creí todo inútil apareció mi gran amigo, el sabio Destino, único en mi mundo.
— ¡Hasta que te veo! ¿Cómo llego más rápido? No puedo faltar. — dije aliviado y afligido a la vez.
— Matándome a mí, pero no te queda tiempo. Es ahora o jamás. — respondió sin miedo, el Destino.
— ¡Pero sos inmortal! ¿Cómo se supone que lo haga? — pregunté.
— En tu mundo sí soy inmortal, pero para matarme acá, deberás seguir las reglas. — aseguró.
— ¡No quiero matarte!
— Bien, entonces haré el trabajo por vos… — dijo el destino acercándose al acantilado en posición de salto, hacia la nada. — ¡No se te ocurra seguirme a ningún lado… no des ni un paso más! — gritó, y saltó.
Escuché un grito que no dejó más que un silencio que se volvió luz, una luz que me hizo ver sangre en mis ojos, sangre que caía de mis párpados; resulta que jamás seguí las reglas, traté de ir hacia la realidad imaginando el camino, mis ojos no tenían capacidad de abrirse y debían ser rotos por un pacto de silencio y sufrimiento que el destino pagó por mí. Me encontré entonces con algo inesperado, lúgubre y que ni la propia depresión sería capaz de describir. Desmayé dentro de una contienda en la que sí existía la derrota, y en la que no sabía batallar. Busqué el cadáver del destino y no encontré más que un pedazo de viento con un grabado que sólo pude ver con los ojos cerrados, que contenía las siguientes palabras:
“¿No has captado el punto? En este mundo paralelo yo no existo, me desheredó la sabiduría y la confianza se separó de mí. No sabrás nunca la verdad como creíste alguna vez que era. No tendrás aquí el interruptor del tiempo. Manchaste tu mundo con la sangre de tus ojos cerrados, y ahora no existe la realidad ni la subjetividad: has quedado en manos de la vida, y a ella no le interesa responder. Si me querés ver de nuevo, tendrás que visitarme a este mundo corrupto, pero luego te tocará crearme. La suerte de los perdedores, es que creen confiar en mí, porque no saben que soy sólo un cadáver”.
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