una vez quien sentía por mí;
de aquel alter-ego del ser
que dolía, pero que escondí,
no te miran en juego esta vez.
La verba del necio que era,
entonces, ministro del fraude
murió de manera mofante
al instante en el que me callé
y mi silencio arrasó con la niebla

de los ojos del ciego que fue
una vez quien oía por mí,
quien solía gritarle a la oreja,
sin dejar de fingir su ceguera,
al sensato mentor reprimido.
¡Fantasmas que vieron mudarse
a la espera y a la incertidumbre
de aquel preceptor apagado,
la verba del torpe ministro..!
Cantaron victorias y estragos.
Victoria de la sensatez:
virtud del maestro cohibido
del ciego que vio cual estrago
tan burdo y brutal desengaño
por el sordo mentor, advertido.
Los ojos del necio que fue
el ciego que hablaba por mí,
también dirigieron la verba
del sordo maestro que sé,
sintió, y era yo antes de ti.
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