Un conocido muy estimado por mi mamá, y de hecho por toda mi
familia, la llamó hace más o menos mes y medio para pedirle que fuera quien
abriera el show del ex-vocalista de un grupo argentino (considerablemente
famoso hace varios años), cuyo nombre es “Abra Kadabra” (creo que así se
escribe, los mayores de 30 probablemente conocerán al grupo). La cena show en
el restaurante “Panchoy” de Quetzaltenango estaba programada para empezar a las
8 P.M. con el opening de mi madre, quien cantaría un solo set de
aproximadamente 40 minutos, y luego empezaría la presentación estelar, por el
artista extranjero contratado.
Las condiciones de mi madre eran sencillas: que la vinieran a
traer hasta mi casa, prueba de sonido con suficiente anticipación, recibir su
cena, que la vinieran a dejar de regreso al terminar todo y, por supuesto, su
paga: quinientos (Q.500.00) miserables quetzales.
Las del señor argentino Víctor Kapusta, fueron distintas: se le
pagó su viaje desde Texas, su hospedaje en la Pensión Bonifaz (incluída la
alimentación, de ahí mismo), su boleto de regreso y la modesta cantidad de mil
quinientos ($1,500.00) dólares, es decir, apenas más o menos 23 veces lo que la
artista local — y además de opening — iba a devengar (eso sólo contando la paga
monetaria).
En fin, estuvo lista desde las 18:00, y vinieron por ella a las
19:30; probó el sonido durante quince minutos, hasta cuando empezó a llegar la
gente. Eran las 20:45 y, de doscientas personas esperadas, habían más o menos
16, lo que irritó a Victor, quien dijo (con sobrada razón) que si no había al
menos 20, él no cantaría. Total, que a las 21:30 arrancó el programa con 24
personas presentes. Del repertorio para 40 minutos que había preparado mi
madre, solamente le dieron tiempo de cantar tres canciones que — modestia muy
aparte — interpretó excelentemente bien, ganándose fuertes ovaciones y posibles
contrataciones.
Víctor empezó. Durante la primera canción se descuadró más de
siete tiempos (¡SIETE!) con respecto a la pista, además de olvidar la letra en
tres de sus propias canciones. No restaré mérito a que tuvo una muy buena
participación, sin embargo, pues es un tipo muy talentoso y supo mantener al
público entre las 24 personas, o más.
Pese a haber iniciado tarde, la actividad no parecía haber
fracasado, pues incluso los dueños del lugar estaban considerablemente
embriagados al punto que casi se caían de las mesas. En fin, vinieron a dejar a
mi madre y pactaron pagarle en el transcurso de esta semana.
Hoy por la tarde, mientras yo iba camino a la universidad, Edgar
algo[sic] (no recuerdo su apellido) llamó por teléfono a mi mamá, para contarle
con mucho pesar de que la actividad había sido un fracaso, financieramente
hablando, pues llegó menos gente de la esperada para al menos mantener el punto
de equilibrio en sus ventas. Añadió además que a Víctor se le tuvo qué pagar el
precio de su presentación, más todo lo ya mencionado, además de pagar al
sonidista y sus ayudantes, sin olvidar por supuesto el alquiler de la
amplificación. Mi madre le interrumpió preguntándole cuál era su punto.
Cínicamente, el vistoso organizador del evento dijo: “Es que no te vamos a
poder pagar”. Se platicó así, según mi mamá me socializó:
— Es que no te vamos a poder pagar.
— ¿¡Qué!?
— Claudita, es que las cosas no salieron como esperábamos.
— Discúlpame, pero eso a mí no me incumbe. Llegamos a un trato y
se debe respetar.
— Es que entiéndenos, teníamos qué pagarle a Víctor…
— ¿Y yo qué? ¿No soy una artista a la que también contrataron para
la actividad, acaso?
— Sí, pero es que comprende: tú eres de aquí y…
— Ah, muy bien. Déjame ver si te entiendo: Panchoy repite y promulga
que se preocupan por el apoyo al artista nacional, por su prestigio como un
lugar elegante, pero por una mala logística y gestión de mercadeo y publicidad
no salió bien su actividad, entonces deciden quedarle mal a “la artista de
acá”, con tal de no quedar mal con su artista extranjero, ¿es así?
— ¡No!, es que no lo tomes así. ¿Sabes qué?, yo de mi bolsa te voy
a pagar, pero sólo te ofrezco la mitad.
— ¡No, no, no! Yo no te estoy limosneando nada, Edgar. Ustedes me
tienen que pagar, porque fue lo acordado. A mí no me interesa si les fue bien o
mal. Yo simplemente acepté participar porque ustedes aceptaron mis condiciones,
y hasta me porté derecha por haberse tratado de Juan Carlos quien nos
contactara. Ustedes me pagan, porque me pagan.
— ¡YO TE HABLÉ EN BUEN PLAN, PERO SOLO TE AVISO DE UNA VEZ QUE SI
TE PAGAMOS, SERÁ SOLO LA MITAD!
— …
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